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miércoles, 24 de diciembre de 2025

Cuentos de Navidad. La paga extra

 

Sandro Pirilli. Foto

Alfonso H. Diosdado era un fiel cumplidor en su puesto de trabajo. Administrativo de primera, se encargaba de la contabilidad general de la empresa. Jamás llegó tarde, jamás salió antes de hora, jamás pecó de absentismo.

De siempre iba impecablemente vestido. Camisa blanca y corbata negra junto a un traje que sino a medida, lo parecía, junto unos zapatos impolutos. 

Como complemento, y siempre cogida a su mano derecha, le acompañaba una cartera; dentro de ella una Biblia de la Traducción al Nuevo Mundo de las Santas Escrituras y unas revistas impresas, La Atalaya y el Despertad, que según decía las hacían en Brooklyn, sede de una entidad -para mi siempre fue una empresa-, la What Tower,  o lo que es lo mismo, la casa madre de los Testigos de Jehová.

Nulo conversador de temas mundanos, Alfonso H. Diosdado era incapaz de mantener un diálogo con los demás miembros del trabajo en la que no acabara hablando del tiempo del fin, el futuro Armagedón, las plagas venideras o un mundo nuevo para una nueva era. Quizá por ello, no lo sabría decir con rotundidad, el personal se apartaba de su lado a la hora del descanso, esos quince minutos que dan para comerse el tentempié.

Para él, todo lo que tuviera algo que ver con la iglesia, católica o no,  era pagano, e iba de la mano de Satanás, que era quien, en su concepción religiosa, gobernaba el mundo y lo mundano.

Por descontado no creía en los santos, la Navidad, los Reyes Magos, ni los símbolos religiosos, fueran estos de la religión que fueran, ni, por supuesto, en sus representantes.

Sin embargo, en los cinco años que estuvo bajo nómina en la empresa, y en mi calidad de RRHH de la misma, jamás renegó en su concepción religiosa de la paga doble (y mundana) de diciembre, más conocida por paga extra de Navidad.

En esas cinco ocasiones (anuales) en que tuve la oportunidad de conversar con él en la oficina, siempre le pregunté por lo mismo: si la organización de los Testigos de Jehová no estaba en contra de una gratificación que se daba para celebrar un acto, a todas luces de índice religioso, concretamente católico.

Su respuesta fue siempre la misma: Forma parte del contrato, ¿no querrá usted que yo me salte el contrato a la torera?.

 Firmaba la entrega y marchaba con una sonrisa exultante con el sobre de la doble paga correspondiente.




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