Colegio público. Barcelona, 1962

martes, 30 de septiembre de 2014

Fragmentos de una historia que me pertenece. Capítulo XX


 Capítulo XX


Mi madre solía decir que a la vida no se le podía pedir más de lo que estaba dispuesta a dar,  pero que todo lo que le daba era más que suficiente porque eran cosas de las que anteriormente había carecido.

Una máquina de coser donde antes había habido una aguja y un dedal. Un par de quinqués donde antes vivieron unas velas. Una palabra amable sustituyendo un empujón.

Quizá fuera una forma de pensar conformista, pero cuando se vive a la mínima expresión se valora todo aquello que pueda sustituirla, aunque solo sea por momentos.

Y es posible que por eso se juntara con mi padre y quizá por eso también, rompieran migas.

Jamás les vi darse un beso, pero creo que les era prescindible.

Y  comprendí que las personas que saben esperar extraen más rédito que aquellas que trabajan a golpe de ímpetu.

Un par de latas de aceite Ybarra, recortadas por la parte superior y con las ansas de hierro,  me acompañaban a la fuente cada mañana, antes de ir al colegio.  El trayecto no se hacía pesado, teniendo en cuenta de que pasaba por la puerta del Grabao y con esa excusa podía ver a su hermana, la Azucena.

Generalmente era siempre la misma hora y los mismos vecinos los que hacíamos fila para llenar los cubos. Un pacto implícito.

Se evitaban así aglomeraciones, a no ser de que en el poblado hubiera existido alguna cosa fuera de lo normal que necesitara de ser comentado.

Comentado fue la visita de los “grises” a la puerta de la barraca, con la denuncia  de que allí se ponía el sello del Generalísimo,  en los sobres, siempre de costado.

De aquella mi madre salió bien parada teniendo en cuenta su fama de anarquista, fama que nunca ocultó, y que por el contrario pregonaba siempre que podía: miliciana de la CNT/AIT en el frente de Cervera.

 Alegó que quien ponía los sellos a las pocas cartas que enviábamos era yo. 

Que siendo un crío no lo hacía con mala intención. 

Que el despiste y la ignorancia era lo que en mi prevalecía. 

Y que a partir de ese momento quien pondría los sellos sería ella. Así, por separado, dejando que no se juntaran las palabras y acentuando los finales.

La pareja de grises hizo como si no se enterara; nunca se supo si por los gritos de mi madre o porque la estancia allí, dentro del poblado, no era lo que más les convencía.

 No se sentían a gusto, y a fe cierta que a los vecinos del entorno la presencia de los grises les intimidaba poco y les molestaba un mucho.

Jamás supimos quien hizo la denuncia, pero descubrimos que incluso las sombras te podían delatar.

 Fue otro de los detonantes de que mi madre  quisiera marchar de allí.

Al Mochuelo, para su cumpleaños, le regalaron las primeras Chirucas que vi. Para él también eran las primeras en estrenar.  Aquello fue un salto cualitativo en los deseos de los demás.

Las Victoria se nos quedaron pequeñas.

Mi madre encontró una faena estable radicada en Sants.

El compromiso  era el forrar diez abrigos semanales. Se habían de hilvanar y después coser. Yo los recogía y los volvía a llevar acabados.

Aquello representó unas ganancias extras.

Cada sábado, bajaba por la montaña dirección plaza España cargado de diez abrigos en mis espaldas. Destino calle Zumalacarregui, frente la plaza de Huesca.

Allí se los quedaban, y me daban otros para efectuarles la misma faena.

Siempre me esperaba a cobrar lo entregado, pero en ocasiones me despedían con un una palmada en la espalda y un “ya lo arreglaremos con tu madre”.

Cuando este era el caso, encajaba los diez abrigos en un pañuelo hecho para la ocasión, dejaba dos aberturas a los lados, me lo ponía como de mochila y enfilaba el camino de vuelta andando.

 El ahorro de las cuatro pesetas del 57, el tranvía que me dejaba a las puertas de las torres venecianas, en la Plaza España, era sustancial. Cuando se las daba a mi madre para aliviar el resto de la semana  me miraba con sus ojos pequeños, ya muy usados por la aguja, y me daba un abrazo que yo sentía especial.

Los macarrones sueltos iban a 6 pesetas el kilo en la tienda de los Antolín, en el colmado de la calle Hospital, tocando  Ramblas.


Fue aquella una época de comer muchos macarrones.

12 comentarios:

  1. Hay una figura muy triste para mí,la del paisano el cordobés.En aquella época tan gris, eran muchos los hombres que arrastraban su
    impotencia ante las circunstancias con la bebida,los malos tratos...
    Fueron las mujeres,las madres, las que supieron sacar adelante las
    casas y tratar de salir de tanta miseria.Por suerte no fue mi caso,pero
    si,que aunque niño,observaba a esos hombres que olvidaban sus penas
    con el "medio" de vino en la mano en la taberna.Fueron años muy ma
    los para todos.Hay que comprender a tu padre y sus circunstancias,nun
    ca justificarlo.
    Saludos.

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  2. Miquel un relato magnífico, muy bien escrito, hay que ir preparando un libro!

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  3. Miquel, pienso que me hubiese gustado conocer a tu madre, como miliciana, una gran madre y una gran trabajadora que supo salirse de todo aquello solo con una aguja, una máquina y dejarse la vista de domingo a domingo. La crueldad de la época está reflejada en el sello, que para una persona que habia perdido la guerra y la libertat aquella insignificancia le sabria a rayos, pero para los vencedores era muy inportante.
    Los mil trabajos de un chico, que a quien se lo digas hoy no se lo podria creer (yo agua no iba a buscar, pero carbón a las vias de tren si) que luego al llegar a casa me lo hacian devolver porque aquello era robado, y yo lo tiraba a medio camino porque si llegaba otra vez allí disparaban cartuchos de sal.El caso de tu padre no lo juzgo de ninguna manara, si que todos a nuestra edad veiamos a mucjos hombres beber vino, muchos, muchos...cosas de la guerra decian, pero en casa lo respetaban todo y a todos.
    Gracias de nuevo, Miquel. Cuando escribes pedacitos de las vidas de las gentes de los años 50 me cuento entre uno de ellos.

    Salut

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  4. Llevas mucha parte de razón BEN, mucha.
    Un abrazo y gracias por estar.

    Ahhh ¡¡¡, mi estimado AT, me da cierta cosilla, de verdad. Ya sabes que FC siempre me da un empujoncillo a que lo haga, pero es muy respetuoso y me deja a mi libre albedrío. Lo que pasa es que me parece muy repetitivo...no se.
    Un abrazo muy grande y gracias por estar aquí...
    salut

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  5. La idea del relato es esa JOSEP.
    Empecé escribiendo para mi, pero he ido poniendo marcas, formas , calles y recuerdos de la ciudad para que pudieramos ser partícipes todos.
    Como tengo un pelín de memoria, la aprovecho antes de que se me distraiga, y se que, de una u otra forma, todos estamos dentro de nuestra historia.
    Sólo deseo que la recordemos.
    Un abrazote de categoría especial
    salut

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  6. Com sempre, una lliçó vital. Un exemplum que no hauria de quedar inèdit.

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  7. Gracies ENRIC H MARCH

    Miquel

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  8. Solo puedo decir buena entrada del recuerdo.salut

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  9. Salut JESÚS PECECILLO. Un abrazo

    Miquel

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  10. Una preciosa forma de mostrar pequeños padazos de vida. ¡Me encantó!

    Salut

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