Maneta de entrada al taller.
Quedaban pocos forjadores en el barrio de Sant Antoni, a decir verdad sólo uno, el Sr Josep. Un oficio que en Barcelona, se ha ido perdiendo. Quizá por la imposibilidad de tener un local a precios disponible, quizá porque todo se hace automáticamente, quizá por la carencia de aprendices que deseen ensuciarse las manos, o quizás por los impedimentos de tener una industria dentro del recinto de la ciudad.
Me comentó en su momento que aquello allí era un imposible, que todo eran trabas por parte del Departament d´Industria, que le obligaban a poner todo ignífugo y que le impedían utilizar la forja como herramienta; me dijo, haciendo un trabajo para la finca donde vivía, que al final cerraría.
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