Lo que no se vio en las elecciones catalanas

Conchita trabaja en primera linea de fuego.  Conchita, en su trabajo, ha visto morir a muchos y dejar tocado a todos.  Es una de esas enfermeras vocacionales, como casi todas, y lleva más de vente y pico de años  en el oficio, pero ya se sabe, y ella más, que este año es de trincheras a bayoneta calada.

Conchita es mucho Conchita, y su oficio, hoy por hoy, de los más duros.

Tuvo la mala fortuna de salir elegida para presidenta de mesa. Había dos opciones, ir o no ir, pero Conchita cree en la democracia, la misma que desde hace año y medio está en estado comatoso en este país, Catalunya.

Conchita se pasó todo el domingo, día que libraba, hay otros en que le toca trabajar,  sin ver a sus dos hijos de edad escolar, ni a su marido. Lo daba por hecho. Lo que no daba por hecho es que después de acabar vestida de alienígena, traje que lleva a diario desde hace un año durante todos los días de su jornada laboral, tuviera que esperar para entregar los sobres de su mesa electoral, en la Plaza Vidal i Barraquer, unas colas que de ninguna manera tenían que haberse producido.

Conchita se quedó sin cenar, de pie y al descubierto, y con ese frío desagelado que cae en una plaza cuanesperas y estás a la intemperie. 

Conchita no estaba sola. Se mantuvo así, junto a otros desafortunados, durante más de una hora y cuarto, y hubiera sido soportable, todo lo es cuando se es joven, sino fuera porque al otro día Conchita se ha de levantar a las cinco y media de la mañana para ir al hospital donde presta sus servicios.

Si todo hubiera sido lógico, lo primero que se hubiera tenido en cuenta es la cantidad de personas censadas y en paro que hay en Catalunya, y que en esa lógica aplastante, hubieran tenido que ser los que en sorteo (entre ellos), ocuparan las mesas electorales, prestando así un servicio social que no deberían hacer los que al otro día tienen la jornada laboral que les espera.

Si todo hubiera sido normal, lógico, no se tendría que haber dado pie a esas colas, máxime el peligro que presupone en la sitiación actual. Pero ya se sabe, todo lo que no se ve siempre es un éxito de jornada electoral.

Conchita llegó a casa a las 0´35 de la madrugada. Tampoco cenó. Ni pudo ver a sus hijos en todo el domingo. Por descontado que no descansó, pero el despertador le sonó igual, a las 5´30. No tuvo misericordia.

A Conchita, el mismo dia que se acuesta, y unas cuatro horas más tarde, le esperan los del Covid19, los paros, el sudor, el traje de alienígena, el cansancio y saber que se le ha tomado el pelo, como a todos los presidentes de mesas en su misma condición.