CAPITULO XV
En las
barracas el tiempo nunca era favorable.
El calor no
era fácil de soportar bajo la capa de uralita, mientras que el frio era un guerrero impertinente que te
secuestraba el movimiento. Al uno y al otro los esquivábamos de la manera más precaria.
El calor acompañaba para ir a la fuente,
frente a la recta de tribuna, la cual utilizábamos como piscina pública, aún a costa de que la urbana te requisara los pantalones y los tuvieras que
ir a buscar a la comisaría de Rius i Taulet, en calzoncillos, bajo los pescozones de algún urbano disfrazado con el salacot de turno, parco de
palabra y largo de improperios, entre las risas y bajo los bigotes de los
que siempre se creían por encima de la ley por el mero hecho de llevar un
uniforme.
El helor se
pasaba a dos tiempos, si era de día lo aligerabas con un sorbo de coñac, del
que siempre tenía preparado don Cipriano en su tienda bajo el mostrador. Alargado de miradas indiscretas, con un coste más barato que en al bar; allí no se corría el peligro de la indiscreción a que llegara a oídas de mi
madre. Por mi padre no me preocupaba,
antes bien, generalmente era yo quien tenía que ir a socorrerlo.
Don Cipriano
era hombre discreto, y el negocio era el negocio, por lo que no se tenía nada que temer.
Si el frio
era el nocturno, la solución consistía en un
ladrillo caliente envuelto en papel de diario. La técnica era simple y rápida. Se calentaba
el ladrillo en el fogón y después se envolvía en papel de diario. Se ponía los
pies encima, sin los zapatos, y el calor era momentáneo.
A todos los
efectos La Vanguardia era un bien preciado.
Mi madre
decía que era como el cerdo, del que se aprovechaba todo, incluso los titulares.
Como en casi todo, la entendí mucho tiempo después.
Con el diario se
envolvían los bocadillos, se tapaban los orificios por donde entraba el aire,
se embolicaban los ladrillos calientes e incluso hacían de alfombra cuando
acababas de bañarte en la palangana, amén de que también te hacía compañía a la
hora de ir a hacer las necesidades más habituales.
Nunca la
prensa fue tan eficaz como en aquel entonces.
Pero a lo
que más le temíamos los habitantes del poblado era a la lluvia.
Estas
estaban acondicionadas sobre la tierra, sin ningún soporte básico y sin cemento
por suelo. En algunas habían baldosas a modo de tímido pavimento que solían
estar medianamente fijas, clavadas con el barro seco, pero cuando la
humedad hacía presencia empezaban a
bailar.
Los menos
afortunados se contentaban con poner ladrillos en el suelo, a la manera de
pasadizo, e iban con tiento de no tropezar y caer en el lodo dentro de la
propia casa. Nosotros, mi madre, mi padre y yo, éramos de los menos afortunados.
Pero la
lluvia traía consigo otro tipo de ventajas y los caracoles eran una de ellas.
Pagaban bien por recogerlos.
Así que los
días de lluvia, si Pata de Palo no tenía mandados de su padre al frente de la
chatarrería y al Grabao lo dejaban salir, nos íbamos en busca de Mochuelo y nos
adentrábamos en los lindes más remotos del recinto. Naturalmente siempre en
compañía de Azucena.
Los límites
del barrio siempre fueron una incógnita.
Jamás supimos que lo delimitaba ni en qué sector nos encontrábamos.
Y jamás nos preocupamos de saberlo.
Cargados con
el saco de arpillera, de aquellos tomados de prestado en un día de despiste de
don Cipriano, íbamos de Can Valero Petit hasta la confluencia de la vía del
funicular, porque allí la hierba era más espesa y el éxito estaba casi
asegurado, y volteábamos hacia el castillo por la vía del Molino, siempre
bordeando las viviendas, subiendo en paralelo a lo que denominaban popularmente Tres Pins.
De las
puertas entreabiertas siempre emergía el sonido de alguna radio generalmente sintonizada con alguna radionovela, cuando no el
olor a comida que continuamente estaba presente y que se negaba a desaparecer
por mucho que el viento empujara. Las
voces de los vecinos tampoco quedaban ahogadas, y por ellas, en más de una
ocasión, ampliábamos nuestro léxico con palabras que jamás habíamos escuchado
pronunciar.
Si la lluvia
solo quedaba en promesas, nos acercábamos hacia el mirador, a ver si por casualidad los
aprendices del toreo peleaban contra unas ruedas disfrazadas con cuernos.
En no pocas ocasiones y a cada pase que daban, si la cosa les salía bien y la capa no se les enredaba con la rueda, acompañábamos las verónicas con los gritos al unísono del ¡ olé ¡ de rigor.
En no pocas ocasiones y a cada pase que daban, si la cosa les salía bien y la capa no se les enredaba con la rueda, acompañábamos las verónicas con los gritos al unísono del ¡ olé ¡ de rigor.
El aprendiz
siempre lo agradecía, y en ese momento nos sentíamos útiles.
Tiempos muy duros a pesar de la distancia de el. Cualquier tiempo pasado nunca fue mejor. Todo lo contrario de lo que dicen ,cuando nada tienes nada pierdes por andar mas de lo necesario en ello se va la vida de muchos niños, ese recorrido sin desfallecer te permite mi querido Miguel escribir tu historia única irrepetible a pesar de las semejanza de muchos de esos niños cada uno con una peculiar forma de encontrar la sabiduría de la vida pura y dura .pero de ella sale lo mejor del ser humano, salut.
ResponderEliminargracias por pasar por mi blog
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Cuando era pequeña creía que éramos pobres, más o menos, aunque mi madre ya me decía que éramos 'normales', hoy me doy cuenta de qué normales éramos cuando escucho o leo narraciones de gente 'más pobre todavía', por desgracia siempre hay pobres de verdad, aquí o dónde sea.
ResponderEliminarMe encantan esas historias de tu pasado, son poéticas a pesar de la dureza.
Ja t'he dit en més d'una ocasió que has de fer amb aquestes històries.
ResponderEliminarA voltes amb elles, recordo quan començava a treballar endur-me l'esmorzar embolicat amb la Vanguardia que llegia mentre esmorzava.
salut
El problema, JESÚS PECECILLO, a mi entender, es que nadie desea lo que no conoce, pero nosotros, los que vivíamos allí, sabíamos que un poco más abajo, había otra clase de ciudad. Yo recuerdo a mi madre, muchas noches, suspirar por "otra vida mejor", que no era más que tener agua en casa, tan siquiera de depósito; tener puertas que cerraran; un suelo firme; un marido que la quisiera; supongo que una educación para su hijo...lo "normal". Nosotros, los chabolistas, sabíamos de la existencia de la "otra ciudad", daba igual los de Can Tunis que los de la Barceloneta, que los de Somorrostros, que los de Montjuich, que los de Jacinto Alegre. Recuerdo también, la lucha por conseguir viviendas protegidas tipo las de Onésimo redondo en Hospitalet...En fin, yo soy de los afortunados y recuerdo todo con cariño, al fin y al cabo es una historia que me pertenece y que no quiero que se me borre. de allí aprendí mucho.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande y salut
Un abrazo RECOMENZAR.
La palabra "normales" era muy de la época. Solo se distinguía entre ricos y pobres, y los normales eran esa clase media que no llegaba a media, pero que cubría sus necesidades cada semana.
Si, de 10 años hacia aquí, la pobreza ha vuelto a crecer en nuestra ciudad. De 280/300 platos que se deban en T d C hace 6 años (yo llevo una particular contabilidad de allí), hoy se está dando cerca de 480 (eso sin contar la cantidad de bocadillos que se preparan para los que pasan y no se quedan)
Un beso . Gracies per ser hi i salut
Ho farem FRANCESC, poco a poc, ho farem.
I si, sempre el bocata embolicat amb La Vanguardia ..jajaja és veritat.
Salut
Sempre espero amb ganes les teves històries de Montjuïc.
ResponderEliminarMiquel, digue'm si identifiques les imatges de Can Valero que es veuen en el vídeo d'aquest apunt i si saps si es pot veure la filmació sencera en algun lloc:
http://enarchenhologos.blogspot.com.es/2012/06/barri-de-can-valero.html
Te juro MIQUEL que cuanto más leo tus increíbles memorias más me pregunto ¿cómo es posible que no las tengas encuadernadas y en pasta dura? tan frescas, tan claras, tan fáciles de ver al leerlas que ¡ya quisiera el Lazarillo de Tormes haber vivido la mitad que tú!
ResponderEliminarEnhorabuena por sobrevivir, por recordar sin rencor y por contarnos. De corazón, mil gracias y muuuuchos besos ¡¡súperhéroe!! :))
ENRIC H MARCH :
ResponderEliminarSi recordo Can Valero i la font, però el nostre era més aproximat a Can Valero petit que era un altre bar del contorn, no lluny del primer; però el que més em crida l'atenció és la figura del carter, del que no he parlat, i que sabia absolutament tots els noms i totes les barraques del poblat. Era el veritable guia , i no es perdia cap carta.
Estic convençut que en la Filmoteca saben on es pot veure la pel·lícula sencera, hauré de preguntar-ho, jo no tinc ideia.
Una braçada
El rencor no sirve, MARÍA. Solo te obnubila. Además, la pasé bien; allí había libertad absoluta, incluso por parte de mi madre, y hubo temporadas que falté más al cole que días estuve en clase. Nadie me decía nada y nadie se metía contigo.
Allí, en aquel entorno, se suponía que cada uno tenía su responsabilidad de saber lo que hacer y lo que no.
En parte aprendí a ser autónomo y como yo, todos.
Salut
Miguel dijo
ResponderEliminarEl problema, JESÚS PECECILLO,
Toda la razón ..mi primer techo lo tuve con 15 años, antes nada era nuestro.
Si le das de comer al hambriento le nutres una jornada
si le enseñas a pescar lo alimentas de por vida.
><(((((ª>
Miguel dijo
ResponderEliminarEl problema, JESÚS PECECILLO,
Toda la razón ..mi primer techo lo tuve con 15 años, antes nada era nuestro.
Si le das de comer al hambriento le nutres una jornada
si le enseñas a pescar lo alimentas de por vida.
><(((((ª>
Ya lo ves...Jesús Pececillo..ya lo ves...
ResponderEliminarUn abrazo, y te me cuidas.
salut
La realidad supera a la ficción, y más redactado por el propio autor de esta historia.-Me imagino todo lo que le tendriais que dar a la imaginación: para que, un día si y, otro también no fuera igual.-Eso es, filosofía de vida con razón la disfrutas.-Muchas gracias por compartir estos trocitos de estos relatos.
ResponderEliminarUn abrazo Miguel.
Hay que hacerlo a trocitos pequeños BERTHA, se digiere mejor y da tiempo a pensar (reflexionar se dice ahora), y pararte en aquellos pequeños detalles que después de tanto tiempo acompañaron parte de la vida de uno.
ResponderEliminarLo malo de la miseria es que no solo se muestra en el exterior, en muchas ocasiones invade el interior de las personas.
Un abrazo fuerte y salut.
Gracias por estar con nosotros.
Miquel,cada vez escribes mejor. Lo que cuentas merece leerse de principio a final, no el fragmento que cuelgas, sino todo la evocación de tu infancia.
ResponderEliminarHuele a auténtico, sin artificios ni trampas.
Un abrazo.
Hola me gusto tu blog, me gustaria intercambiar articulos o links, cuento con una web de pasajes aereos, si te interesa la idea no dudes en escribirme a karivelezs@gmail.com
ResponderEliminarsaludos
Ayyy AMALTEA....a veces, voy por la calle y salen pensamientos de "aquello", y me río solo. Ya sabes que uno no es dueño de sus pensamientos , por lo que si no lo apunto...se me pierden de la misma forma que me atacan...
ResponderEliminarjajaja
Que bárbaro...
Salut y gracias por estar...
PD : intentaré ponerlos juntitos...Gracias
Gracias KARI VELEZ...Pasaré por tu casa.
ResponderEliminarsalut
Miquel, esto trasciende, va más allá de la anécdota personal, adquiere el valor de un documento colectivo y recuperación de la memoria. Ya sabes que siempre te digo que hay que recopilarlo. Venga ya, por favor.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Poco a poco...Un abrazo Francesc
ResponderEliminarAqui se llevaba la bolsa de agua caliente a la cama, aunque yo siempre dispuse de calefacción en casa(mi padre las instalaba), no pocos amigos míos tenían tan solo "la económica" en la cocina que parecía el infierno y el resto de la casa helada. UN saludo.
ResponderEliminarUn salud TEMUJIN ¡
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