Sabedor de que le iba a dar un disgusto a su padre, a Rafael no le importó elegir el coche menos estimado por aquel. Era una especie de venganza, y esta, ya se sabe, se sirve fría.
Celebraba así su puesto fijo en el Banco Zaragozano; ser contable con categoría de oficial de primera, y en una empresa internacional en donde la semana inglesa era más que festejada, bien se merecía el premio de elegir el coche de sus deseos, y este no podía ser otro que un Austin MG 1.100.
Aquel final de año de 1971 era de lo más espléndido.
El Austin era un compendio de lo que siempre anheló, ser diferente y contener personalidad. Nada similar al vulgar Seat 850, ni parecido al ortopédico Simca 1200; ni mastodóntico como un Citroen GS, ni petulante como el Crysler 180, no, el Austin era de linea inglesa: sobria y definida.
Cuando Rafael padre se enteró, los improperios se oyeron hasta el piso vecino, pero el hijo no cejó, ni se dió por convencido cuando por argumento primero le habló del precio de las reparaciones, del problema de los recambios y de la falta de equipamientos y mecánicos en la península para un coche inglés.
Un Austín, y verde botella para ser más explícito, fue la respuesta.
Los quince días siguientes fueron un suplicio. Rafael hubo de aguantar las mala cara de su padre y la angustia de una madre que no tenía elección; tomar partido por uno o por otro era ponerse en contra de uno de los dos.
Y eso era lo último que deseaba.
El día de la entrega fue sólo. Su padre se negó a acompañarlo. Su madre no se atrevió.
Firmó los papeles de entrega en el Taller de Ventas. Fue allí donde acabaron de cumplimentar los papeles del seguro; donde le hicieron entrega de un quit de primeros auxilios que venía anexo al coche, y donde le proporcionaron una caja de herramientas y un juego de bombillas de diversos tipos. Con el pack, y como obsequio de la casa, una gamuza de color rojo de textura suave, para sacar brillo le dijeron, a la carrocería.
Todo muy inglés, al estilo y gusto de Rafael.
Depositó todo el conjunto de enseres, menos los papeles, en el maletero del coche, junto a la rueda de recambio.
Salió del taller henchido de alegría. No habían dado la siete de la tarde, y sólo como estaba, no le apetecía estrenar el coche dando la vuelta de rigor por Barcelona, con lo que pensó que lo mejor era acercarse al Paseo San Juan y darle el primer lavado en un túnel que no ha mucho habían puesto en la ciudad y que era toda una innovación.
Acercarse allí desde la Plaza Letamendi era cosa de pocos minutos.
Entró por la boca de la derecha. No tardó cinco minutos que salía por la de la izquierda. En la acera, un señor con un trapo en la mano le daba los últimos retoques de secado, toques que no fueron de su agrado, pues el vidrio delantero no cumplía sus espectativas.
Arrancó sin dar la propina de rigor y en la esquina siguiente, en el chaflán derecho a la altura de Aragón, paró. Salió del vehículo con paso firme, abrió el maletero y asió sin vacilar la gamuza que le habían obsequiado en el Taller de Ventas, gamuza que por suerte era de un tamaño razonable y que le daba la oportunidad de dejar el vidrio de delante como él quería.
Tan enfrascado estaba en la tarea que no se dio cuenta lo que estaba pasando a su alrededor. En menos de cinco minutos le habían rodeado tres DKW.
Seís parejas de grises le conminaban al unísono, y a punta de pistola a que desistiera de su actitud, y que arrojara la bandera roja con la que convocaba a manifertarse.
Intentó explicarse. No le creyeron. Pasó la noche en el calabozo y el coche fue retirado de la vía pública como parte integrante del delito.
A la mañana siguiente, una vez aclarado el percance, y sin disculpas de ningún tipo, lo soltaron.
Sus padres, avisados del suceso, dieron parte al jefe de personal del Banco Zaragozano, alegando que ese día no podía presentarse a trabajar y que traería el correspondiente justificante.
A la mañana siguiente, el padre de Rafael, con una leve sonrisa bajo el bigote recortado, se dirigió a la bodega de la Avenida Mistral para hacerse con un San Asensio de 1961, botella a la que había echado el ojo tiempo atrás y por la que nunca encontraba una buena excusa para adquirir.
Se la bebió a la salud de no se sabe quien, sin compartir con nadie.
PD: Los hechos que se explican acontecieron tal cual. Cambian algunos detalles. Pocos.
Doy fé.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPues menudo relato, muy interesante, y el coche monísimo, con mucho estilo.
ResponderEliminarMuy interesante, Miquel, mi curiosidad esta historia es de algún conocido?
Lo mejor el vino que se compró el padre,acorde con sus posibilidades, pues es barato, a no ser que yo esté equivocada.
Es lo mismo que dices en tus citas diarias, en rojo...No hay que enfermar por encima de nuestras posibilidades, pues lo del coche lo mismo.
Buen sábado y a airearse un poco, que aunque hace frío, hace solete y es bueno la vitamina D, del sol.
Un abrazo fuerte, a tu señora y toda tu familia, mil besos.
Es el mismo comentario, pero me he equivocado, bon dia.
ResponderEliminarSi, si lo es, MTRINIDAD y el relato difiere en muy poco a la realidad del momento.
ResponderEliminarMe vino a la cabeza porque esta semana bajando por Paseo San Juan observé que aún existía el túnel de lavado. Pensaba que con esto de la ecología y la niña sueca y demás aquello hubiera pasado a mejor vida.
Un beso grande y otro a tu hijo
Salut ¡¡¡¡
Hay que tener cuidado con los trapos que se exhiben en la vía pública. Jejeje.
ResponderEliminarUn saludo.
una anécdota real como la vida misma, hay cada tipo por ahí... y mucho cabroncete suelto.
ResponderEliminarOtro sí. Un Austin sólo puede ser de color verde inglés, o verde Morgan, el padre de los deportivos descapotables.
Salut
Acabo de ir a Correos, que por cierto estaba cerrado, y en Major de Gràcia habían unas colas interminables...He preguntado que eran las colas, para hacerse PCR.
ResponderEliminarHace calor, una mañana agradable.
Siempre he pensado que el surrealismo español es así, y en aquellos tiempos era muy cotidiano y te lo podías esperar en cualquier actitud. Por eso triunfaron tanto los de La Codorniz, Triunfo o Hermano Lobo, habían percibido como nadie la ridiculez de los dictadores que veían fantasmas por todas partes. Y de paso nos contagiaban a todos. Perich lo sabía tan bien...
ResponderEliminarHablo del 1970, CAYETANo, aquello era peligroso, no podías agitar nada...jajajaj
ResponderEliminarUn abrazo
Una pequeña anécdota, pero que casi le cuesta elpuesto de trabajo, eso también es real.
salut FRANCESC PUIGCARBó
He leído, MTRINIDAD que para salir de Barcelona había una cola de 17 Kms en la A7, eso en La Vanguardia...demasié.
Un beso
Ciereto, muy cierto, FACKEL.
Un abrazo y buen día
Vaya mala pasada le hizo el trapo de marras.E;l padre encantado de que le dieran una lección de humildad.Menos mal que solo quedó en un susto; como para no olvidarse en la vida.Porque por menos le hubiera costado un tiempo a la sombra...
ResponderEliminarBueno ya se nos termina el tiempo de reposo.
Un abrazo feliz finde Miquel.
Que gran verdad, BERTHA, lección de humildad, pero te aseguro que no aprendió.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por pasar por aquí.
Besos
Salut
Este relato tiene pinta de ser el autor del blog que lo sufrió en propias carnes.
ResponderEliminarTot Barcelona es "Rafael" digo yo?.
Saludos
No, no en absoluto, ANÓNIMO.
ResponderEliminar"Mi padre se despidió de mi a los ocho años y cinco meses, dándome un beso y diciéndome adiós" y esa si es la parte verdadera de la historia.
Jamás tuve un Austín, y si , me gustaba, pero eso estaba a años luz de mis posibilidades, y sólo adquirí un R4 de tercera mano (OR 29928), me acuerdo de la matrícula, después de cuatro años de casados.
Salut
Yo con lo que me quedo, más que con la aviesa sonrisa del padre, que asomó bajo su bigotillo, es que a veces, en cuántas ocasiones nos ha pasado, que un suceso disruptivo ha servido para reconciliaciones que no hubieren ocurrido de otra forma. Me ha encantado el relato, que me tenía en vilo por no saber por dónde vendría la hecatombe. Podrías titularlo también la gamuza roja. El joven del Austin, ¿no serías tú? El recurso del amigo es muy convincente también ;-) Cuídate, craque.
ResponderEliminarNo, no era yo, SERGIO MUNARI.
ResponderEliminarFue un buen amigo que ya no está.
Un abrazo
Salut
Buen relato en su ilación narrativa y también en la vertiente automovilística. Yo fui siempre un ignorante respecto a los coches y no sabía de su parte emocional. Mi padre tenía un Gordini primero y luego un R8. Yo estuve hasta los 42 años sin coche. Era mi forma de reivindicar mi vida sin coche. Cuando me llegó mi segunda hija tuve que planteármelo de otro modo. ¡Qué malos y qué inocentes eran los grises! Salut, Miquel.
ResponderEliminarMi difunto padre se compro un Austin 1.300 amarillo, mucho pero mucho más potente que ese, (ejem, ejem) y además de cinco puertas porque cinco éramos en casa. Austin era la marca más convencional y preparando un poco el Austin salió la versión MG que era más deportiva. Era característico el reborde de debajo de las puertas que le confería, dicen, más rigidez torsional al chasis de carrocería autoportante y un supuesto mejor comportamiento en carretera.
ResponderEliminarHabíamos pasado por el 600, por el Simca 1000 y ahora nos tocó el Austin, tracción delantera en aquellos tiempos era un adelanto, recuerdo muy bien ese auto y con él recuerdo a mi padre, las charlas que tuve con él en ese auto, los domingos a Pallafria al futbol, después a comer un pincho para posteriormente, comprarme el TBO, Roberto Alcazar y Pedrin, Capitán Trueno, MOrtadelo y Filemón y demás, mi padre se compraba dos periódicos todos los días y los domingos tiraba la casa por la ventana para comprarme los tebeos, todavía guardo muchos de ellos.
Lo de los guardias, pues no me extraña nada, siempre ha habido idiotas en este país con ganas de coaccionar a las personas normales con diversos motivos, a cada cual más imbecil.
Un saludo.
Interesantísima historia, que denota múltiples aspectos que no parecen cambiar, la incomprensión que se da a veces entre generaciones y la falta de apoyos entre las mismas, por ejemplo.
ResponderEliminarPODI-.
Malos, si que eran, pero como lo eran todo aquel que se acrecentaba llevando uniforme, eso les daba otra categoría....Incluso el acomodador del cine, JOSELU...
ResponderEliminarEn fin, otros tiempos
Un abrazote
Recuerdo el MG, DANIEL, era de parrilla diferente al Austin.
No hay mejor recuerdo que el de un padre, supongo, porque yo no pude disfrutar de ello, pero me alegro por ti, y por él, porque disfrutabaís juntos, y eso no tiene precio, y si el recuerdo grato de su compañía
Un abrazo grande
Un buen ejemplo, CARLOS PORTILLO -PODI-, y ese podría ser el subtema de la entrada, porque existía eso del cambio generacional, y de que manera.
Un abrazo y gracias por estar
Me ha recordado aquella canción de Gato Pérez, Todos los gatos son pardos.
ResponderEliminarAquí hay gato encerrado dijo un guardia inteligente;
Deberemos comprobar quién es usted y en dónde ha estado.
Salud
Todo por querer hacerse el diferente...
ResponderEliminarEn fin.
Saludos,
J.
Cierto LOAM, la cosa va por ahí
ResponderEliminarUn abrazo
jejejeje, al gual si, JOSE A GARCÍA
Salut
El coche de mi padre!! Lo cambió tenia yo unos 19 anos! Lo tuvo casi 20 anos. La cantidad de viajes al pueblo que hicimos. El de mi padre era azul oscuro.
ResponderEliminarMe gustó el detalle de ir a comprar una botella de vino a la bodega de la av. mistral!
Un saludo! Te sigo!
Gracias, gracias por estar ...Me acuerdo mucho de vosotros tres...
ResponderEliminarUn besote