jueves, 3 de marzo de 2016

Fragmentos de una historia que me pertenece. Cap. XXVII


 Capítulo XXVII


Pata Palo no solía subir las escaleras que llegaban a la puerta de nuestra barraca.

Ni esas, ni ninguna,  a excepción de unos peldaños construidos por su padre  que le abocaban al recinto donde tenía la chatarrería.

Generalmente  éramos nosotros, Mochuelo, Azucena, su hermano "el Grabao" y yo, los que íbamos en su busca.

Quedábamos en las puertas del Funicular, casi a pie de la carretera de Montjüic, que también hacía de divisioria entre las chabolas de Can Valero Gran y las de Bajo Piscina. Allí, y casi al caer la tarde, si las circunstancias hacían que no nos  hubiéramos visto antes, cambiábamos las impresiones de la jornada.

 Cuando del bolsillo de sus pantalones largos (Pata Palo era el único que los llevaba), salió aquella pequeña caja rectangular con una bandera grabada al margen, quedamos sorprendidos.

La había encontrado entre los cartones que su padre se agenció la tarde anterior y dejó amontonados en la chatarrería.

En realidad,  el oficio de los padres de Pata Palo era el de “Trapaires”. 

Lo recogían todo y de todo hacían buen uso. A veces se hacían con cosas interesantes, las mismas que tiempo después, sino las habían vendido antes,  colmaban las estanterías de su chabola, que por ser, era la que tenía más botellas llenas en la estantería de su cocina.

El envoltorio era de lo más serio: Agua del Cármen, decía. Más abajo la bandera de España, que iba de una punta a la otra.  Pero más nos intrigó su interior; una pequeña hoja, con letras más pequeñas y con un texto incluso más complejo de comprender. Practicaménte indescifrable: Elixir interno y externo.

“Para problemas regulares de la mujer”, era el párrafo final.

Era imposible, según nuestro criterio, que un jarabe se pudiera usar para beber y al mismo tiempo que sirviera como una pomada. Y más, ¿ qué problema eran esos que sólo tenían las mujeres y que los hombres no ?. Y más, ¿qué quería decir regulares ?

 Tan siquiera la Azucena, la hermana de "el Grabao", sabía la respuesta, y eso que en cuestiones de ciencias, la Azucena era un lince.

Era la única de los cinco que sabía descifrar sin temor a equivocarse los sabores de las cuatro gaseosas que se consumían en las barracas: la Gigante, la Stel, la Rumbo y la Casera.

Ella, la Azucena, prefería la Rumbo a las otras tres. Decía que su sabor era más parecido al limón.  A su hermano, "el Grabao", no le parecía mal, porque entre otras cosas se quedaba con el cromo que venía enlazado en el cuello del envase, y ni Mochuelo, ni Pata Palo, ni yo teníamos agallas para impedirlo, porque a "el Grabao" había que irle con tiento.

Quizá también, por que en mí haber existía otro tipo de interés, jamás desvelado por cierto, para tenerle contento y que no se metiera conmigo en lo referente a su hermana.

Pero la Rumbo costaba una moneda rubia de 2’50 y  la Gigante era a peseta con cincuenta y dos perras gordas, y eso en nuestra economía se hacía notar, y en  este tema Pata Palo, Mochuelo y yo estábamos de acuerdo. 

La Casera era para paladares refinados, decía Azucena, pero no llevaba cromo, y precio por precio, mejor que no. Y la Stel quedaba relegada, porque según la Azucena, el gas que tenía le producía ardor de barriga y le daba flatos.

Sólo había una persona en la que teníamos depositada la suficiente confianza para resolver aquel enigma que no dejaba de sorprendernos, y ese era don Cipriano, el de la tienda.

Convenimos que don Cipriano era un hombre acostumbrado a tratar con mujeres y que por eso, y sólo por eso, habría oído hablar de “los problemas internos y externos” de la mujer.

A decir verdad a mí madre jamás le vi otro problema que lo rojo de sus ojos, pero eso era debido, según ella, a la luz del keroseno del candil para coser por las noches.

Y debía de ser cierto, porque a otras madres no les pasaba lo que a la mía, eso si, a las otras madres en ocasiones les salía alguna mancha morada en la cara, pero eso no era regular, y por lo tanto no debía ser el problema.

La seguridad de don Cipriano en la respuesta fue contundente:

Las mujeres tienen dos problemas fundamentales, nos dijo sin titubear y dictando sentencia.

 El primero  es el de trabajar en la casa, que siendo un problema físico –nos explicó con cara de máxima autoridad en la materia mientras miraba de reojo que no desapareciera en nuestras manos ningún producto de la tienda-,  hace que siempre se acaben cansado; y el otro, y no menos importante,  es el problema de pensar en la comida de cada día, que ese, siendo circunstancial, deriva a un problema mental y por lo tanto interno, problema que él sabía positivamente que tenían, porque precisamente se dedicaba a ello en cuerpo y alma y que por eso el Agua del Carmen lo ponía bien claro en el folleto.

Esa respuesta fue seguida de una aclamación por parte del grupo. 

De allí se explicaba lo de externo e interno, y aquella era la respuesta.

Otra vez no nos defraudaba y, dejaba claro que don Cipriano era un hombre de mundo acostumbrado a saber tratar con las personas.

Jamás supimos cual fue el motivo de que nos invitara después de su alocución a una bolsa de patatas fritas y a un Sugus por cabeza (don Cipriano todo lo apuntaba sino llevabas dinero),  si por la respuesta tan contundente que hasta a él le dejó convencido de su saber, o porque al final de la explicación hubo ese júbilo compartido.


15 comentarios:

  1. Pàgines viscudes. Quan vaig començat a treballar amb l'aigua del Carmen ens feiem cubates a la feina.


    SALUT

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  2. Qué inocencia de teníais, bonita historia como siempre Miquel.
    Un beso y bon dia.

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  3. jajajaja..aquesta és bona...FRANCESC
    Salut

    Los crios siempre serán crios, MTRINIDAD..así es la vida.
    Un beso

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  4. Una duda: ¿Trapaires o Drapaires? ¿Con trapo o con drap? El capítulo, magnífico, el libro debe ser editado cuanto antes.

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  5. Como la mayoría de personas del poblado eran in-migrantes (de Murcia habían muchas), el habla era la castellana -no recuerdo a nadie hablar catalán de todo aquel tinglado de barracas-, y siempre escuché que eran "trapaires"; bien es verdad que deberían haberse denominado "traperos". Pero aquí, y tienes razón, creo que hubo una derivación de la palabra catalana "drapaires", y en vez de drap le antepusieron trap.
    Que yo recuerde , y ahora la memoria me empieza a fallar, siempre íbamos al "trapaire" y no, ya te digo, al trapero.
    De los capítulos anteriores, Francesc ha corregido alguna forma errónea (cuenta que yo no he estudiado estilo ni nada que se le asemeje) pero no ha tocado nada porque dice que lo bueno está en la manera de redactarlo. Me faltan no más de tres capítulos porque he de mirar de redondear el final.
    Un abrazo y gracias Albert.

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  6. Don Miquel, ya sabe usted que estoy rendido a su prosa.

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  7. Y yo a tus conocimientos...ENRIC H MARCH
    Salut

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  8. Extraordinari, Miquel, escrius de conya!!! Moltes felicitats, és un plaer llegir aquests capítols

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  9. Un magnifico capitulo que me recuerda el estilo de Marsé en "Un Dia Volveré".

    La cantidad de ancianas que recuerdo que hacían su vida mas llevadera con "Agua del Carmen" o con la de los Carmelitas. Pobrecitas mías, ahora las recuerdo con mucha ternura.

    Eso, porque no habían descubierto el orujo gallego casero que compartimos Timoteo y un servidor.

    Un abrazo.

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  10. El agua del Carmen la repartían las monjas a las niñas que tenían "malestar", sin discriminar dolor de tripa, mareo o ganas de escaquearnos de clase para pasar un rato con la monja de la portería. Sobre un azucarillo vertían unas gotas. La primera vez que probé un pastisse me recordó el mismo sabor que el agua del carmen.
    Miquel, tu crónica sentimental siempre toca algo sensible de nuestra memoria. Gracias.

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  11. fue un gusto leer este magnífico relato
    salut

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  12. Timoteo es terrible ¡¡¡¡ jajajaja
    Salut RODERICUS

    Gracias a ti AMALTEA
    Un abrazo

    Gracias OMAR EBNLETRASARTE
    Salut

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  13. Un fragmento más. Extraordinario. Ya falta poco, manos a la obra y ya está.
    Un abrazo
    Francesc Cornadó

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