Sólo se nos pide "Capacidad de sacrificio"

 

Ayer, Paseo Olímpico. Mediodía

Ayer. Una calle de la ciudad, mediodía

     Puedo afirmar sin temor a equivocarme, que los que formamos hoy el batallón de jubilados sabíamos lo que era capacidad de sacrifico desde la niñez.

    Empezábamos poniéndonos la ropa heredada; pasábamos por dar toda la "semanada" a nuestra administradora madre, y nos ilusionábamos a eso de los venticinco con un coche de segunda mano.

    Trabajábamos desde los trece; hacíamos el bachillerato nocturno e íbamos al trabajo caminando para ahorrar las pesetas del autobús. Los domingos, de 6 a 9 de la noche, al "baile", si es que se podía llamar así los sótanos donde se ponían discos, y consumíamos un cubata que iba inherente a la entrada, generalmente garrafón.

      Nos levantábamos a las 6 de la mañana para entrar a las 8; salíamos a las 13; volvíamos al tajo a las 16 para salir a las 19 por aquello de las horas extras obligadas,  y de allí al Instituto hasta las 22 de la noche. Día si y día también.

      No conocíamos los puentes; festividades laborales, pocas. Se fichaban 54 horas semanales y las pagas extras iban de acorde a los siete días, jamás al mes.

       Llegar tarde al tajo era inimaginable; coger la baja, una vergüenza.

    Si se tenía novio/a, el tiempo del besuqueo era el justo. No habían teléfonos salvo las cabinas que nunca funcionaban; ni se conocían las escapadas de fines de semana, todo lo más, y a lo sumo, unas cartas se te llegaban bajo la atenta mirada de Paco, el cabo, en el sello.

    Aprendimos a obedecer en casa, bajo el manto del padre quien lo tuviere, y de la madre a falta de aquel, y cuando no aprendimos a hacerlo, el cabo chusquero de la mili nos graduó. Y allí se salía con notable. 

   Nos casábamos con lo justo para amueblar la habitación, el piso de alquiler y lo poco de una lista de bodas donde siempre había un paragüero.

    El viaje de novios, a Mallorca, y con él la ilusión ya cerca de la trentena, de coger por vez primera un avión.

    Hoy, después generación y media, no mucho más, no existe joven ni jóvena (que diría la ex de Felipe), que no haya volado a Londres; adolescente que no haya tenido un par de desengaños amorosos después de convivir en pareja, ni pre-adolescentes comunicados permanentemente con el resto del mundo,  aburridos de haber probado casi todo sin conformarse con nada.

    Todo esto viene a cuento porque el Gobierno ha pedido que utilicemos nuestra libertad individual dentro de la autorización de poder salir a la calle con los hijos después de la cuarentena. Cuarentena que se ha debido de hacer porque se ha llevado casi venticinco mil personas por delante ¡que no es broma, ni baladí la cifra¡ ¿Cuál es el sacrifico que se nos ha pedido?: Sacar los niños una hora; hacerlo no más lejos de un kilómetro de casa,  en compañía del padre o de la madre y este/a con mascarilla para la seguridad de todos, también la de los hijos del vecino.

    Las fotos son testimonio. Las mascarillas no están; la salida es un paseo dominical veraniego y las distancias prudenciales se las pasan por el forro.

    Dentro de diez días veremos los resultados.